martes, 19 de marzo de 2024



El título parece una advertencia de un prólogo en un libro profético, pero nada más cercano a la realidad, es más bien, una alerta en la crónica de una muerte anunciada. Veamos, un artículo de Folch nos presenta, tal y como lo dice en su nombre “el largo camino hacia la ética ambiental", pero, en este caso, es necesario aclarar que la moral nos refiere al conjunto de valores y normas compartidos por una comunidad que ordenan nuestras acciones, en tanto, la ética es una reflexión sobre la moral, un discurso más explícito y racional, justificado con razones (Gentilli, Pablo 2000). En este sentido el discurso de Folch, argumenta que la actual crisis ambiental es producto de una visión antropocéntrica del mundo que ignora la interdependencia entre los seres humanos y la naturaleza. Para superar esta crisis, es necesario desarrollar una ética ambiental que reconozca el valor intrínseco de la naturaleza y la responsabilidad moral que tenemos hacia ella, sobre todo, cuando expone que aún no pensamos como una especie sino como grupos culturales parciales, y en tal dirección, cita al autor Carbonell para expandir su argumento evidenciando que nuestro comportamiento como especie es el de una plaga, generando ciclos de consumo sobre los recursos naturales. Básicamente, la visión antropocéntrica considera a la naturaleza como un simple recurso al servicio del ser humano, pero es el humano el que debe comprender su lugar en la naturaleza.

Continuando la idea de Folch, “los humanos civilizados son humanos ambientalmente regulados por vía jurídica”, dice, lo cual tiene consistencia si pensamos que hemos mistificado los recursos, a los cuales llamamos naturales. Le dimos capacidad, energía y poder. Si se los considera infinitos como instrumentos de suministro, no pueden tener valor de mercado. Para ello, deben ser escasos, limitados, propensos a las condiciones del ambiente. Hay que cercarlos y transformarlos en mercancía para crear “recursos naturales ilimitados” (Kneen, Brewster 2013).

Folch entiende que la relación entre la sociedad y la naturaleza atraviesa una crisis civilizatoria y para entender la crisis actual y las dificultades para enfrentarla a nivel político, es fundamental conocer su origen. Esta perspectiva hace foco en que las alternativas deben ser soluciones reales y diversas (Tornell y Montaño, 2023).

La relación de la sociedad y la naturaleza expone, que la sociedad accede a satisfacer sus necesidades transformando y modificando los entornos de desarrollo, pero estará circunscripta a la cultura, en una época y lugar determinados, porque no todas las culturas son iguales, de hecho podemos entender a la cultura como la manera en que las distintas sociedades reaccionan a la naturaleza, y para acceder a ella será mediante el uso de la tecnología, la cual creará nuevos entornos sociales, basados en su capacidad de crecimiento y desarrollo. ¿Plaga o especie? Esa es la cuestión… Pensar a la naturaleza como un mercado listo para ser explotado, es parte del engaño que existe en una estafa piramidal sobre el ambiente, que propone compensar daños en lugar de reducirlos.

Si, como dice Yuval Harari, pasamos de ser animales a dioses, entonces fue gracias a las actitudes sociales que señala Folch, controlando la información y la energía, mediante el ejercicio de la religión y la política, que fueron instrumentos de dominio territorial. Control del espacio, identificación de elementos y explotación de recursos naturales: tal como lo fue la revolución agrícola, la cual amplió la suma del alimento a disposición, pero no se tradujo en una dieta mejor, sino en explosiones demográficas y élites consentidas, más comida para más personas (Harari, Yuval 2000).

Un actor crucial para comprender esta situación puede ser evidenciada en el trigo. El trigo es una planta que pertenece a la familia de las gramíneas, su origen data de la civilización mesopotámica, entre los valles de los ríos Tigris y Éufrates en el Medio Oriente, es el cereal más cultivado alrededor del mundo en poco más del 17% de tierra cultivada, siendo el hemisferio norte el que reúne las mejores condiciones para su cultivo. (Fuente)

Repasemos la idea:

Nuestra civilización tiene una mirada antropocentrista del mundo, domesticando razas y cultivares, cercando los elementos en la naturaleza, para crear recursos naturales, que solo pueden perpetuarse con la intervención humana, generando un mercado en el ambiente natural al que solo se modifica con el uso de la tecnología.

El trigo permitió a los humanos producir más alimentos con menos esfuerzo, lo que llevó a un aumento de la población y al desarrollo de las primeras ciudades. También contribuyó a la estratificación social, ya que algunos individuos pudieron acumular más riqueza que otros al controlar la producción de alimentos. Harari, interpela la historia en su libro:

¿Qué es, pues, lo que el trigo ofrecía a los agriculturalistas? No ofrecía nada a la gente en tanto que individuos, pero sí confirió algo a Homo sapiens como especie. Cultivar trigo proporcionaba mucha más comida por unidad de territorio, y por ello permitió a Homo sapiens multiplicarse exponencialmente. Hacia el año 13000 a.C., cuando las personas se alimentaban recolectando plantas silvestres y cazando animales salvajes, el área alrededor del oasis de Jericó, en Palestina, podía sostener todo lo más una tropilla errante de 100 personas relativamente saludables y bien alimentadas. Hacia el 8500 a.C., cuando las plantas silvestres habían dado paso a los campos de trigo, el oasis sostenía una aldea grande pero hacinada de 1.000 personas, que padecían mucho más de enfermedades y desnutrición.

Patricia Aguirre en su obra "Devorando el planeta" amplia la visión política del uso del trigo. Este tipo de cereal que la cultura occidental entroniza es una fuentes de energía, con capacidad de conservación, facilmente cultivables, pero no es perfecto. Tiene gran potencial político: facil de guardar y durable. Aguirre critica la producción industrial del trigo por:

  • Su dependencia de combustibles fósiles: La maquinaria agrícola, los fertilizantes y los pesticidas requieren grandes cantidades de energía fósil para su producción y uso.
  • Su impacto en la biodiversidad: La expansión de los monocultivos de trigo ha contribuido a la deforestación y a la pérdida de biodiversidad.
  • Su uso de agua: El riego es indispensable para el cultivo del trigo en muchas regiones del mundo, lo que genera una gran presión sobre los recursos hídricos.
  • Su contaminación del suelo: El uso excesivo de fertilizantes y pesticidas puede contaminar el suelo y las aguas subterráneas.

Es decir, el trigo es un alimento básico para la humanidad, pero su producción industrial tiene un alto costo ambiental. Además, la producción industrial del trigo depende de combustibles fósiles, contamina el suelo y las aguas, y reduce la biodiversidad. Es como menciona Folch, que los humanos tuvieron una intervención cultural sobre sistemas homeostáticos ecológicos, como una manera de asegurar el funcionamiento de la cadena alimentaria. Pero seamos claros, la producción industrial del alimento más común del planeta, como es el trigo, tiene un gran impacto en el cambio climático. Pasamos de un prado exultante a un monótono trigal fumigado.

En nuestros tiempos modernos tenemos antecedentes, tales como el de 2011 en el Internacional Rise Research Intitute en Filipinas, con el arroz, que fue modificado para resistir alteraciones ambientales al cambio climático y a anomalias meteorológicas.

En Argentina, el trigo HB4 es un trigo transgénico desarrollado por la científica Raquel Chan y la empresa Bioceres. Este trigo ha sido modificado genéticamente para tolerar la sequía, lo que significa que puede crecer y producir rendimientos aceptables incluso en condiciones de escasez de agua. Pero lo que no te dicen es que tiene tolerancia al glufosinato de amonio, un herbicida. Esta tolerancia es una de las características principales del trigo HB4, ya que le permite ser rociado con este herbicida para controlar las malezas sin que el trigo sufra daños.

El uso del glufosinato de amonio con el trigo HB4 ha generado controversia. Algunos críticos argumentan que este herbicida es tóxico para los humanos y el medio ambiente, y que su uso podría tener consecuencias negativas a largo plazo. En este sentido, Bioceres, la empresa que desarrolló el trigo HB4, sostiene que el glufosinato de amonio es un herbicida seguro y eficaz. La empresa también afirma que el uso del glufosinato de amonio con el trigo HB4 permite a los agricultores reducir el uso de otros herbicidas más dañinos.

Los defensores del trigo HB4 argumentan que esta tecnología tiene el potencial de aumentar la producción de trigo en Argentina y en el mundo, lo que podría ayudar a combatir el hambre y la pobreza. También señalan que el trigo HB4 es una herramienta importante para adaptarse al cambio climático, ya que las sequías son cada vez más frecuentes e intensas.

¿Tenemos seguridad? La diferencia más evidente entre seguridad y soberanía alimentaria es que esta última insiste en que no se trata únicamente de cubrir la necesidad de alimentos, sino de hacerlo con dignidad y autonomía. Veronica Villa apunta que:

Para lograrlo, es indispensable que el acceso y gestión de la tierra, los territorios, las aguas, las semillas, el ganado y la biodiversidad estén en manos de quienes producen los alimentos y, para ello, debe haber sólidas leyes nacionales e instrumentos internacionales que protejan estos derechos. Para evitar la especulación con los precios y que al mismo tiempo se garanticen ingresos dignos para los pueblos, comunidades y organizaciones de producción [...]

O pensamos como especie o ingresamos al colapso de nuestra civilización dócilmente...


Bibliografía consultada:

Folch, R. (2007). El largo camino hacia la ética ambiental. Barcelona: Icaria Editorial.

Armenteras, D., González, T. M., Vergara, L. K., Luque, F. J., Rodríguez, N., & Bonilla, M. A. (2016). A review of the ecosystem concept as a “unit of nature” 80 years after its formulation. Ecosistemas: revista científica y técnica de ecología y medio ambiente, 25(1), 83–89. https://doi.org/10.7818/ecos.2016.25-1.12

Ricklefs, R.E. 1998. Capítulo 6: Energía en el ecosistema. Pp 145 - 165. En: Invitación a la investigación a la Ecología. La Economía de la naturaleza. Cuarta edición. Editorial Medica Panamericana, SA Buenos Aires, Argentina.

Margalef, R. 2002. Capítulo 2: Sistemas Físicos y Ecosistemas. pp 79 - 103. En: Teoría de los sistemas ecológicos. Alfaomega. Grupo Editor. Barcelona, España.

Hardin, Garrett. La tragedia de los comunes. Polis, Revista de la Universidad Bolivariana, vol. 4, núm. 10, 2005, p. 0 Universidad de Los Lagos Santiago, Chile. https://www.redalyc.org/pdf/305/30541023.pdf

JAMES LOVELOCK, LYNN MARGULIS. Por: Erwin Andrei Hortua Cortes. Universidad Distrital “Francisco José de Caldas” andreihortua@gmail.com. Julio de 2007. https://mon.uvic.cat/tlc/files/2016/06/GAIA-lovelock_margulis_gaia_2__contra-versus.pdf

Harari, Yuval Noah. De animales a dioses. En linea: https://www.pratec.org/wpress/pdfs-pratec/De-animales-a-dioses-Breve-historia-de-la-humanidad.pdf


domingo, 10 de marzo de 2024



Los grandes objetivos de mejoras en los rendimientos sobre la aplicación de nuevas formas de producción de energía, son así como las vagas promesas de tu ex, un incierto futuro que no se sustenta ni siquiera en el aire, por la falta de sustentabilidad que evoca su propaganda sostenible.

Antes de continuar es imponderable explicar que vivimos en un ecosistema muy grande, y ese, es nuestro planeta. Bien, dentro de ese gran sistema ecológico, existe una parte llamada Biosfera, que en una definición rápida es el lugar donde se desarrolla la vida, donde una multiplicidad de elementos interactúan entre sí, se interrelacionan mediante miles de procesos sinérgicos y existen miles de millones de personas que requieren satisfacer necesidades infinitas. Ahora bien, entender esto es muy importante y es la clave para evitar el colapso de nuestra civilización, algo que hasta ahora no se ha logrado comprender, y es que cada acción que generamos tiene un impacto en el entorno donde desarrollamos nuestra vida. En definitiva, si modificamos un elemento de algún sistema vivo, inexorablemente tendrá un impacto o cambio en el funcionamiento del sistema.

Ahora bien, el suelo es un sistema, dinámico, complejo y vivo, no es simplemente una fracción mineral, es el resultado de millones de microorganismos interactuando, entonces “la pérdida y deterioro de los hábitats por el cambio de uso del suelo es la principal causa de pérdida de biodiversidad y, además, coadyuda a la generación de gases de efecto invernadero” (Fazio H., 2018). En Argentina, este efecto se da principalmente en el uso de una agricultura industrial mecanizada, con la aplicación de grandes cantidades de herbicidas y fertilizantes, resultando en grandes pérdidas de biodiversidad, paisajes con pobre vida desarrollada, produciendo erosión y acidificación en los suelos, entre un largo etcétera de impactos. En el caso de industrias extractivas como la explotación de combustibles fósiles o la minería, las consecuencias resultan de manera exponencial en los impactos generados. En este sentido, sino se generan los estudios de impacto ambiental interdisciplinarios con tiempo, esta moda de la geotermia puede resultar en una catástrofe ambiental semejante a la desertificación de los monocultivos o inclusive más grande aún.


Veamos, el Servicio Geológico Minero Argentino (SEGEMAR) presenta a la geotermia como “El estudio de reservorios de fluidos sobrecalentados en profundidad, ya sea por gradientes geotérmicos anómalos, por la presencia de magmas activos, remanentes de calor volcánico o intrusivos profundos con calor radiogénico […] La captación de estos fluidos profundos, donde el calor contenido y el estado de vapor tienen la capacidad de rotar turbinas de generación eléctrica, ha posicionado a la energía geotérmica como una energía renovable cada vez más influyente. La geotermia es un recurso autóctono, es decir que no depende de factores climáticos como vientos, insolación, regímenes de precipitaciones, etc. Tiene emisiones mínimas o nulas de dióxido de carbono y otros gases y no genera desechos contaminantes o radioactivos”. Fuertes afirmaciones.

Sin embargo, en un informe de la misma entidad en el año 2021, evidencia cierta cautela: "la geotermia permitirá mejorar la seguridad de suministro eléctrico en la región […] así como limitar la emisión de gases de efecto invernadero, la descarbonización […] y contribuyendo a la reducción del coste de energía en la región, con el fin de lograr un desarrollo más sostenible e inclusivo que mejore las vidas de todos. Sin embargo, los sistemas eléctricos y el marco legal aún no están plenamente capacitados para este reto, que requiere de planes estratégicos, metodologías y tecnologías avanzadas para gestionar la inestabilidad que introducen algunas fuentes renovables intermitentes y asegurar suministro eléctrico de carga base confiable, incluso en condiciones adversas de falta de agua, sol o viento” Esto de soplar y hacer botellas no tiene desarrollo en este esquema. Imaginemos el impacto en los subsistemas económicos, sociales, productivos y comerciales, ni hablar de los cambios que pueden generarse en el ambiente, los hábitats, la biodiversidad y el desequilibrio de las demás esferas que interactúan entre sí.


En este sentido, Silvia Ribeiro aporta datos reveladores sobre el uso y aplicación de la geoingienería. Es muy clara, y advierte de la peligrosidad de esta iniciativa, ya que implica la manipulación climática, tratando de mitigar el caos del calentamiento global. Jugar a ser dioses en este ámbito “conlleva riesgos ambientales, sociales y geopolíticos, pero su mayor riesgo inmediato es que funciona como excusa para la inacción climática: se usa como coartada para continuar y aumentar las emisiones de gases de efecto invernadero , con la promesa de que en el futuro habrá tecnologías que podrían retirarlos o reducir la temperatura” (Ribeiro S, 2021). Una promesa vacía…


Ribeiro justifica su crítica aduciendo que estas ideas:


-          son simplemente teóricas;


-          pocas se han desarrollado mínimamente en la práctica;


-          otras son prototipos;


-          muchas no han funcionado por diversas causas;


-          ninguna ha sido desarrollada a escala comercial ni a la gigantesca escala global que se requeriría para que tuvieran un efecto significativo sobre el calentamiento del planta.


¿Y por qué se alienta con este desarrollo si no se ha comprobado su rendimiento? De la misma manera que le creías a tu ex todas sus mentiras, porque las promesas vacías son un alimento para la esperanza desesperanzada de motivaciones y faltas de salidas a soluciones tangibles.  Un mercado listo para ser explotado, vendiendo esperanza tecnócrata para paliar la crisis climática que las mismas empresas generan, una venta de un bono de carbono a futuro con poca certeza de funcionamiento, es parte del engaño que existe en el concepto “emisiones netas cero”, que propone compensar emisiones en lugar de reducirlas.


Actualmente este tipo de tecnología de la geoingeniería, propone manipular ecosistemas, sin abordar ni cambiar las causas del cambio climático; sólo pretenden gestionar algunos de sus síntomas. Dice Ribeiro: “las técnicas propuestas plantean inyectar sulfatos u otros productos químicos en la estratosfera para bloquear la luz solar con el objetivo de atenuar la radiación que llega a la tierra; blanquear o abrillantar nubes marinas para que reflejen más luz solar hacia el espacio; desarrollar instalaciones para capturar dióxido de carbono de la atmósfera y luego enterrarlo en pozos de petróleo u otras formaciones geológicas terrestres y marinas; fertilizar el océano con hierro o urea para estimular el rápido crecimiento de plancton, con la esperanza de que absorba más dióxido de carbono y lo hunda en el fondo del océano, alterar la química del mar con rocas pulverizadas para hacerlo más alcalino; hacer megaplantaciones de árboles o cultivos transgénicos que supuestamente absorberán más carbono o reflejarán más luz solar”.


 La Secretaría de Energía reconoce que la geotermia en el mundo, tiene un pobre aporte a la matriz energética mundial y la información al respecto aún presenta problemas de medición. En la actualidad, las energías eólica, solar, biomasa, marítimas y geotérmicas en su conjunto representan solo el 2% del consumo de energía mundial. Y dentro del aporte renovable, la geotermia es responsable solamente del 0.54% de la capacidad instalada. En nuestra cordillera existen más de 300 puntos de interés geotérmico, distribuidos en las provincias de Salta, Tucumán, Catamarca, Jujuy, La Rioja, Mendoza, Neuquén y San Juan, pero solo en cuatro de ellos pueden generarse energía eléctrica, gracias a las altas temperaturas del subsuelo (superiores a los 150° C). Los proyectos de alta factibilidad de desarrollo son: Los Despoblados, en San Juan; Volcán Copahue, en Neuquén; Volcán Tuzgle, en Jujuy, y Falla Tocomar, en Salta.





La transición de la energía no puede basarse en mentiras imprudentes, vendiendo este tipo de tecnologías como energías limpias, ya que no lo son. Modificar los ambientes terrestres puede ser más grave para el calentamiento global, emitiendo muchos más gases a la atmosfera. Al menos podríamos cuidar la soberanía de nuestro mar y alentar con un estudio serio la compensación de emisiones de gases de efecto invernadero, teniendo presente que el fitoplancton que vive cerca de la superficie del océano extrae carbono de la atmósfera y lo transporta a las profundidades marinas cuando muere, un proceso que se ve favorecido cuando las corrientes oceánicas profundas traen agua rica en nutrientes desde el fondo marino  (Adam, David 2020). Todas las fuentes de energía tienen limites claros y plantean problemas, siendo la naturaleza la respuesta, pero si acabamos con la naturaleza más rápido de lo que consumimos energía el desequilibrio será nuestro colapso.


En el libro Clima, Juan Arroyo, afirma que “los combustibles fósiles son para nosotros como el agua para los peces. Su presencia está tan generalizada que cuesta darse cuenta de todas las maneras en que afectan a nuestra vida. […]


Por último, para concluir en la misma dirección debemos ante todo ser muy cautos, los impactos generados por nuestras acciones al ambiente natural están casi a un punto de no retorno, pero no significa que no debamos ser innovadores para traer soluciones. Ahora bien, suplir un mal por otro a largo plazo es ponerle un curita a una herida que requiere cirugía. Lamentablemente el potencial de la energía geotérmica es impresionante, pero su aplicación es hoy muy endeble sino se tiene la capacidad de equilibrar la balanza de las emisiones de gases de efecto invernadero: […] Está claro que destruir el ambiente para salvar al clima no es un buen plan. Además, el 70% de los proyectos mineros de las compañías más grandes del mundo operan en regiones con estrés hídrico, lo que supone un peligro para el acceso al agua de las poblaciones locales. En Argentina, esto se traduce en conflictos territoriales, como los desatados en provincias como Chubut, Mendoza, Jujuy y Catamarca. De hecho, más de la mitad de las iniciativas en minería fueron canceladas o suspendidas por la resistencia social que generaron. En un país que cuenta con grandes reservas de minerales demandados por todo el mundo para avanzar con la electrificación y el desarrollo de tecnologías bajas en carbono, como lo son el litio y cobre, resolver estas tensiones debería ser primordial. Los gobiernos deben generar mecanismos de gobernanza que incluyan a las comunidades locales en las decisiones y los beneficios de los proyectos mineros. Las decisiones con la gente adentro. La pelota la tiene la política.”





Es necesario un plan estratégico para impulsar la geotermia y las tecnologías, que estimulen la innovación y cubran las necesidades ante la emergencia climática. La transición energética es urgente y el cambio climático ya está presente, por lo que es crucial aprovechar las tecnologías renovables autóctonas como la geotermia. Pero sin estudios de impacto ambiental, donde se tengan en cuanta el aspecto social, es decir a las personas, no existe viabilidad en su aplicación.


lunes, 4 de marzo de 2024


 

Es muy bien sabido, la realidad que nuestro planeta vive con los impactos del cambio climático asociados a los incrementos de temperatura de los últimos tiempos a nivel global. No por nada 2023 fue el año de mayor incremento de temperatura en la era de nuestra civilización. No hay dudas, “el año 2023 se ha inscrito en los anales de la historia climática como el más cálido registrado en los últimos 174 años”, titulaba una publicación de la revista Natgeo en febrero de 2024, anticipando que el actual año, puede ser peor. En este sentido, sin lugar a dudas, el informe de la IPCC es contundente:

“Los aumentos observados en las concentraciones de GEI bien mezclados desde aproximadamente 1750 son causados inequívocamente por las emisiones de GEI procedentes de actividades humanas durante este período. Las emisiones netas históricas acumuladas de CO 2 entre 1850 y 2019 fueron de 2400 ± 240 GtCO 2 , de las cuales más de la mitad (58 %) se produjeron entre 1850 y 1989, y alrededor del 42 % se produjeron entre 1990 y 2019. En 2019, las concentraciones de CO 2 atmosférico (410 partes por millón), junto con las concentraciones de metano (1866 partes por mil millones) y óxido nitroso (332 partes por mil millones) fueron más alto que en cualquier otro momento”

Sin embargo, me parece interesante destacar lo que señala Amnistía Internacional: “El verdadero cambio es posible. Ha habido avances considerables en las energías renovables que pueden reducir enormemente la dependencia global de los combustibles fósiles. Reconocer que la mejora de la eficiencia energética y el desarrollo del transporte público son fundamentales nos conducirá a una trayectoria más sostenible. El potencial de inversión está disponible para construir sistemas energéticos enteros basados íntegramente en energías renovables a más tardar en 2050”.

Ojo, lo que Chiara Liguori afirma no son frases al azar, ya que pensar a largo plazo la planificación es importante para contener el desastre causado ahora. Acá es donde debemos pensar que la gestión de los territorios, es importante porque cualquier cambio viene dado desde el orden del equilibrio dinámico de los distintos espacios. En referencia a la asesora del cambio climático de Amnistía Internacional, también agrega: “El verdadero cambio es posible. Ha habido avances considerables en las energías renovables que pueden reducir enormemente la dependencia global de los combustibles fósiles.”

Sin embargo, son necesarias algunas aclaraciones respecto a los alegres optimismos en los que se esperanza la humanidad esperando una solución mesiánica por parte de la tecnología. ¿A qué potencial de inversión se hace referencia, cuando se señala los sistemas energéticos? Es evidente que la situación climática hace cuña en una progresiva crisis energética, vinculada a lo los marcos productivos en un mercado que se torna difícil de acceder, gentrificando las posibilidades y las externalidades hacia el marco social.

Ahora bien, en Estados Unidos, la Cámara de Representantes aprobó la ley Build Back Better Act (BBBA). La BBBA, junto con la firma de la Ley de Inversión en Infraestructuras y Empleos (IIJA), ofreciendo una oportunidad única en una generación para avanzar en la captura, eliminación, uso y almacenamiento de carbono, que los principales modeladores energéticos y científicos del clima del mundo coinciden en que son necesarios para cumplir los objetivos de descarbonización de mediados de siglo. ¿De qué manera se pretende hacer esto? Bueno básicamente ofreciendo un incentivo fiscal en Estados Unidos que proporciona un crédito tributario a las instalaciones que capturan y almacenan dióxido de carbono (CO2), llamado crédito de carbono 45Q . La idea es ir ayudando a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero invirtiendo en el "bono ORGN" el cual no es comúnmente reconocido en el contexto de los mercados de carbono. Sin embargo, en general, un bono es un instrumento financiero para la gestión de deuda, y en algunos contextos, se puede referir a unidades certificadas de resultados de mitigación, aunque el término correcto sería “crédito de carbono”. El cálculo del crédito de carbono 45Q se basa en la cantidad de dióxido de carbono (CO2) que se captura y almacena o se utiliza de manera beneficiosa. La tasa del crédito varía según si el CO2 se utiliza en procesos de mejora de la recuperación de petróleo y gas, o si se almacena de forma segura en formaciones geológicas adecuadas.

Es la solución soñada, grandes empresas comprometidas a bajar las emisiones de sus producciones, ojo, no es un compromiso a cambiar los sistemas productivos sino a ponerle una curita a lo que se está haciendo mal. Evidentemente las empresas no van a ceder terreno para perder inversiones, es más fácil comprar grandes extensiones en hectáreas de bosques o construir plantas de retención de carbono. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro, a veces es opaco como el CO2. Veamos: ¿se acuerdan lo que decía Liguori sobre armar los sistemas energéticos con energías renovables para el 2050? Bueno, se necesitan 7.000 millones de toneladas anuales de captura de carbono para llegar al cero neto en 2050. ¿CÓMO LOGRAMOS ESO? En la Conferencia sobre Captura, Utilización y Almacenamiento de Carbono de Wood Mackenzie en Houston, en octubre de 2023, Mhairidh Evans, jefe de investigación CCUS de Wood Mackenzie, dijo hay que actuar con urgencia para cumplir con los 7.000 millones de toneladas de captura de carbono (7 Btpa) necesarios para alcanzar los objetivos de cero neto en 2050. “La eficiencia energética, las energías renovables y los combustibles alternativos no bastarán para alcanzar el objetivo de cero emisiones en 2050”, afirmó Evans. “Necesitamos capturar una enorme cantidad de carbono de nuestras industrias y del sector eléctrico para descarbonizar los últimos kilómetros que no pueden alcanzarse fácilmente mediante la electrificación verde o las alternativas”.

Existe un apoyo sustancial a los emisores para que descarbonicen con el crédito fiscal 45Q de la Ley de Reducción de la Inflación estadounidense, y a las empresas para que construyan la cadena de valor de las infraestructuras de transporte y almacenamiento de CO2 con la Ley de Inversión en Infraestructuras y Empleo. Estados Unidos también cuenta con vastos recursos geológicos de almacenamiento de carbono que pueden ser explotados por empresas con conocimientos previos sobre petróleo y gas.

Pero, Evans añadió: Los costes también son un problema, ya que el crédito fiscal 45Q no es suficiente para cubrir el coste de la captura de carbono de todos los proyectos, aunque debería cubrir muchos. Esperamos que los costes bajen, potencialmente hasta un 30% esta década. Sin embargo, dado que el crédito fiscal 45Q está abierto a proyectos que empiecen a construirse a partir de 2033, las empresas podrían decidir esperar a que bajen los costes antes de comprometerse. Esto supondría un retraso en el impacto de los proyectos, y el cambio climático no espera”.

En este punto, Luca Ferrari en el libro Navegando el Colapso, hace una referencia sustancial sobre la inviabilidad de las soluciones tecnológicas de emisiones negativas:

“Un estudio de 2021 lo desestima, no hace mención directamente, pero para compensar las emisiones globales de CO2 se necesitarían más de 30 000 plantas a gran escala, con un costo total de 15 milllones de millones de dólares. Para almacenar sólo un tercio del CO2 que se emite cada año se necesitarían cuatro millones de toneladas de hidróxido de potasio —1.5 veces más que el suministro mundial— y la energía necesaria para su funcionamiento llegaría a ser una sexta parte de toda la energía global”.

Y acá está la clave: Cuando aplicamos una tecnología en una parte del medio ambiente, es muy probable que tenga un impacto en otra parte del sistema no prevista, porque todo está interconectado.

En este sentido Alice Friedemann, cuestiona los artilugios de captura de carbono y los desacredita como absurdos. Se afirma en Bryce (2022) cuando señala que solo en Estados Unidos, emite más de 5,4 mil millones de toneladas de CO2 al año. Si capturáramos solo la mitad, 3 mil millones de toneladas, se necesitarían ubicaciones subterráneas que podrían tragar 8,2 millones de toneladas cada día. Y se necesitaría energía adicional para comprimirlo a 1.000 libras por pulgada cuadrada para meterlo en el almacenamiento. Como señalan Sekera y Lichtenberger (2020): Para capturar 1 GtCO 2  de las 37 GtCO 2 emitidas por año, un sistema DAC con solvente líquido impulsado por gas natural requeriría una superficie de terreno más de cinco veces el tamaño de la ciudad de Los Ángeles. Si la energía solar reemplaza la fuente de energía de combustibles fósiles, entonces la superficie terrestre requerida se expandirá dramáticamente, requiriendo una superficie terrestre 10 veces el tamaño del estado de Delaware, según estimaciones de las Academias Nacionales de Ciencias. Tampoco incluye el terreno necesario para el transporte, inyección y almacenamiento una vez capturado el CO 2 . O el vasto territorio necesario para que los oleoductos transporten el CO2 capturado hasta los lugares de inyección.

¿Y por casa como andamos? La Bolsa Argentina de Carbono (BACX) es una iniciativa que busca impulsar la acción climática en Argentina, ofreciendo un mercado para el comercio de créditos de carbono. Las empresas que se benefician de BACX son aquellas que participan en sectores clave como energía, commodities, aviación, residuos, agricultura y construcción. Estas empresas pueden ser tanto pymes como grandes compañías, y se benefician al obtener competitividad y sostenibilidad en el marco de las agendas globales. En una publicación de la revista Forbes,  por ejemplo, empresas del sector de alimentos, minería, energía, acero y derivados, que son altamente vulnerables a las exigencias de la acción climática, encuentran en BACX una herramienta clave para su desarrollo sostenible. Además, la BACX está respaldada por ACX y Green Carbon Exchange, lo que garantiza transparencia y seguridad en las transacciones de créditos de carbono.

No debemos olvidar que según un estudio de la Nasa, Argentina es uno de los pocos países que captura más carbono del que emite, por lo cual tiene un balance positivo respecto a la contaminación que genera, lo cual es muy importante para alcanzar la meta de no superar los 1,5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales y hacer sostenible la vida en la Tierra. Argentina emitió en 2021 unas 189.002 megatoneladas de CO2, número que la ubica en el puesto 155 (de 184) del ranking de países que más emisiones generan.

Timoteo Marchini, en el libro Clima, es muy claro evidenciando el panorama que, justamente, estamos atravesando:

En la actualidad, después de haber emitido más de 1500 Gt de CO2, ya hemos superado las 420 ppm, un 50% más que por aquel entonces. A pesar de los intentos de hacer algo al respecto, todo indica que el CO2 se va a seguir acumulando, aproximadamente, a un ritmo de unas 2,5 ppm por año. La mitad del CO2 que emitimos es constantemente retirado de la atmósfera mediante la fotosíntesis y, por su capacidad de disolverse en agua, queda retenido nuevamente en el suelo, mares y océanos. Pero como extraemos, quemamos fósiles y emitimos CO2 muchísimo más rápido de lo que los ecosistemas pueden reabsorber de forma natural, hace ya mucho tiempo que este desbalance se ha salido de control”.

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